Toda revolución social verdadera tiene entre sus objetivos
esenciales la liberación, en el mismo acto, tanto del oprimido como
del opresor, pues si bien se dirige principalmente a romper las
cadenas que atan a la mayoría del pueblo, como efecto agregado
también se libera a las clases dominantes de su papel reaccionario
ante la historia y ante la humanidad vista como un todo. En ese
sentido, toda revolución verdadera es en esencia un acto de amor por
la humanidad.
Desde hace diecisiete años en Venezuela estamos haciendo una
revolución social en la que ese amor por el ser humano se expresa
como efecto directo de la acción dirigida a mejorar las condiciones
de vida de las masas del pueblo, históricamente excluidas y
maltratadas por el capitalismo que se apoderó de este país en los
últimos siglos, independientemente de que parte de esas masas en
determinados momentos puedan alinearse con los propósitos
reaccionarios de las clases opresoras. Eso sin dejar de tener en
cuenta que, como efecto añadido de la política social
revolucionaria, la clase capitalista venezolana, dicho sea de paso
rentística y parasitaria, se ha visto más que beneficiada mediante
la captación de la bonanza económica surgida de la redistribución
cada vez más justa del ingreso nacional impulsada por el gobierno
socialista.
En Venezuela todo el mundo sabe que no todos los que se alfabetizaron
y completaron estudios básicos en la Misión Róbinson I y II son
chavistas; que no todo el que cursó o cursa el bachillerato en la
Misión Ribas es chavista; que no todo el que se ha graduado o
actualmente estudia una carrera universitaria en Misión Sucre es
chavista; que no todo el que se atiende en la Misión Barrio Adentro,
ya sea en los módulos populares de atención primaria, en los CDI o
los SRI, es chavista; que no es necesariamente chavista todo el que
compra en mercal, a los que muchas veces los oímos despotricando de
la revolución en la cola, pero bien que les cae el subsidio en los
productos que compran; que no todos los que reciben su casa de la
Gran Misión Vivienda Venezuela son chavistas, y así, por donde nos
metamos encontramos la gran obra de la revolución beneficiando tanto
a chavistas como a opositores, y no pocas veces hasta opositores
pertenecientes a las clases explotadoras de este país.
Pasa lo mismo con las firmas que actualmente se recogen para exigirle
a Obama que derogue el decreto con el que pretende justificar las
posteriores agresiones políticas, económicas, tecnológicas y
militares que se le puedan ocurrir al imperio norteamericano. Porque
esas firmas, que recogen la dignidad de la patria de Bolívar, así
como la dignidad de los pueblos del mundo, servirán para frenar la
pretensión que tiene el imperio de agredirnos, y con ello proteger
de la calamidad de la guerra a todos los venezolanos y las
venezolanas, tanto a los que hoy se plantan firmes ante el imperio
más poderoso, agresivo y cruel de la historia, como a aquellos y
aquellas que se cubren con la deshonra de guardar un silencio
cómplice ante las pretensiones invasoras del imperio.
A las dignas y dignos venezolanos, que amamos tanto esta patria que
somos capaces de anteponer ese amor a cualquier preferencia política,
nos toca la misión de evitar que venga sobre nuestro país la guerra
imperialista; de impedir con nuestras firmas, y las del mundo entero,
que la paz de Venezuela sea profanada por las bombas yanquis o
mercenarias, las cuales no harían distinción entre patriotas dignos
y traidores, causando estragos por igual entre unos y otros. Pero si
la locura imperialista se vuelve a imponer como ocurrió con Irak,
Afganistán, Libia, Ucrania y Siria, pues nos tocará derrotarla en
las calles, en las sabanas, en las montañas y a todo lo largo de
nuestro sagrado suelo patrio. Ahí verán los que hoy se abstienen
de firmar contra el decreto de Obama, que el imperialismo existe y
que es realmente cruel; ahí se arrepentirían de no haber dicho a
tiempo ¡Obama, deroga el Decreto Ya!